El escondite de un bucanero

*La Cueva del Pirata Lorencillo, en costas de San Andrés Tuxtla, fue el escenario de la leyenda de Laurent de Graff, un pirata neerlandés que secuestró al puerto de Veracruz en 1683.

Ángel Cortés Romero

San Andrés Tuxtla, Ver.- El mar se azota violentamente contra un puñado de rocas que todavía alcanzan a ser tocadas por la luz. Detrás, en completa oscuridad y parsimonia, se esconde el refugio de un corsario de rizos dorados, rostro fino, pero frío, navegante convertido a bucanero.

Los barcos que surcaban las aguas esmeraldas en los últimos años del siglo XVIII se reflejan en las nubes grisáceas de Roca Partida. Entre los acantilados, aun parece escucharse el jubiloso grito de los corsarios.

En medio de aquellos acantilados de piedra negra que brillan como perlas cuando el mar los baña con su sal, se encuentra una caverna que por años sirvió como escondite de los tesoros de un corsario holandés.

La Cueva del Pirata Lorencillo, enclavada entre la costa de Arroyo de Lisa, en San Andrés Tuxtla, es el escenario de la leyenda de Laurent de Graff, un pirata neerlandés que secuestró al puerto de Veracruz en 1683.

A la caverna se llega desde un viaje de 80 minutos por carretera desde la cabecera municipal de San Andrés Tuxtla al centro de Catemaco y, posteriormente, a la comunidad de Arroyo de Lisa, por la ribera de Los Tuxtlas.

Ya en la comunidad, la única forma de aventurarse hasta el antiguo escondite de Lorencillo, llamado así entre los bucaneros por su estatura pequeña, es a través de una lancha que apenas puede navegar unos cuantos metros dentro de la caverna.

La Cueva del Pirata Lorencillo, quizás el máximo atractivo de Roca Partida, es una experiencia que cautiva al turismo gracias a las grandes paredes de roca y las vastas praderas. El paisaje permanece virgen, intacto.

El espectáculo de acantilados que se encuentran formados alrededor de la caverna permite que los turistas vivan toda una experiencia desde las alturas a través del rápel. En el descenso, toda Roca Partida puede observarse desde una posición privilegiada.

De Lorencillo, el buen muchacho navegante convertido a bucanero que azoró ciudades y puerto, sólo queda la leyenda. Sus tropelías se cuentan por decenas. En Roca Partida, sus tesoros, por cientos.

 

 

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